31.5.09

Sé que no sé

Hace un tiempo, un callejero me contó que la abuelita del cuento se había mudado al centro con el lobo feroz. Fue aquel día en el que el sol se levantó a la luna, pese a que no se ven nunca. Afirman que la mudanza se dio porque Gardel cantó con los Beatles en la plaza del barrio. Otros, ya que Bob Marley rugió en Cemento con los Rolling Stones. Lo que está claro, es que a veces hasta el más payaso merece un poco de amor. Como el lobo. Pero un día, a este animal nocturno la mañana lo encontró al huir, sin hígado, sin techo y sin amor. Entonces, ahí comprobé que la angustia es prima de la desesperación, y que a veces, tal vez, estar solo es mejor. Es más, al cielo no se llega nunca de a dos. No hay sentido, pero sé que no sé y siempre, siempre opino igual. Escribo sin escuchar...

26.5.09

Mesa de galanes

Por los pagos de aquel lugar, se entendía que iba a ser una noche agitada. Típica de sábado. Los hombres, impecables ellos, llegaron muy temprano a casa de Stu, que había decidido festejar su cumpleaños, justamente una semana después de su fecha de nacimiento. De a poco, uno a uno comenzó a sumarse a la mesa de los galanes, y no precisamente para tomar café. Cuando finalmente estuvo completa, todo pasó rápido. Tal es así, que las horas se hicieron minutos. Con ella, se esfumaron (y fumaron) 36 porrones, dos fernet y un vodka. Sí, bebidas por doquier. Además, 55 hamburguesas, muy bien preparadas por Mr Chochán, el señor de la noche (pero por lo viejo, eh). Era un día raro. Esperado, mejor dicho. Los que saben afirman que había pasado un largo tiempo que los galanes no se veían las caras. Es más, de previa, en el mail de invitación ya se advertía que los trapitos al sol iban a saltar como cuando uno escuchaba King Africa. Y por supuesto, como no podía ser de otra manera, saltaron, sin parar. Lo bueno es que, pese a todo lo que se habló esa madrugada estrellada en el patio del agasajado, los viejos tiempos regresaron en cada palabra de los presentes. Como ser las anécdotas del imborrable viaje a Mar del Plata (hasta sonó la música en ese momento), sumada a muchas historias más, sin contar las locuras que, lamentablemente, no se las puede narrar por acá. Lo que sucedió después, obviamente, es parte de otra historia. Esta, en mi casa, es la de la mesa de los galanes.

14.5.09

Observatorio

Lueve que te llueve, llovizna molesta. Igual, Disco Stu camina por calle San Juan, tras dejar su ochentoso R12 en el estacionamiento de Ecogas. Hace unos pasos y observa. Analiza. Ve a las personas y sus distintas reacciones. Encuentra su primera víctima. Un pibe al que se le nota la cara de tristeza. El motivo es desconocido. Está molesto. Con la mirada hacia abajo. Hasta que aparece un auto rojo, con la música de Vilma Palma al palo, que le grita al pasar velozmente: “Carlitooooooooooooooooo” (la letra O va desapareciendo con la distancia) En ese instante, el rostro del chico cambia totalmente. Un simple saludo lo transforma. ¿Y a quién no le pasó? Vas colgado por la vereda, con cara de serio, y de repente sentís tu nombre o un insulto (siempre para bien) que te saca una carcajada, por más mínima que sea. La gente que pasa alrededor tuyo te mira y se pregunta internamente “de qué carajo se ríe” Siempre sucede.
O el caso contrario. Un hombre, con una tremenda rubia platinada (morocha de nacimiento) paseándose de la mano, y de pronto nunca falta el ¡señor! colectivo, o el auto con el grupito de amigos que gritan: “Chivoooooooooooooooooooooooooooooooo” Ojo, a este Don también le sacan una sonrisa, aunque por dentro se quiere cortar las bolas. Obvio que la mina ni parpadea, pero, como el caso anterior, por dentro se recontra mea de la risa. Son pequeños detalles que uno observa al caminar. Y más en un día de llovizna.

4.5.09

Viernes 13

Sus ojos se llenaron de lágrimas al ver el horrible episodio. No entendía el por qué del momento, ni sabía el cuando de la acción. Estaba atónito. Hasta había soñado la tragedia, justamente, un día frío en una noche de verano. Creer que él estaba loco no era lo correcto. Sin embargo, lamentablemente, todos opinaban eso.
Los hijos del buen hombre se habían perdido tiempo atrás. El, decidido, los buscó por tierra y por mar, sin éxito alguno. Hasta ese viernes. Un viernes 13. Ese mediodía gris, donde las gotas lloraban desde el cielo anunciando que algo malo iba a pasar, pasó. Encontraron al pequeño Juan, en un callejón, junto a su hermana María Fernanda, abrazados, con los ojos cerrados y con marcas en sus manos. Así estaban los dos niños, de tan solo 9 y 10 años. Alguien había hecho algo malo. Horrible. Sin nombre. Los gritos desesperados de Doña Angela, la mamá, que llegó al lugar en el momento que el buen hombre avisó, eran desconcertantes. Como la mirada perdida de él. Habían asesinados a sus hijos, sin causa alguna.
Los años pasaron pero el mal recuerdo quedó por siempre. El buen hombre nunca más fue el mismo. Como así también el pueblo, que no supo encontrar al culpable de la horrible tragedia en el callejón de aquel viernes 13.

PD: ¡Por Dios, qué al pedo que estoy! ¡Y el asesino no es Jason!