3.8.10

Lo mejor que escribí

Me enteré que llegarías por un palito loco que dio positivo. Con el tiempo, en una pantalla te vi por primera vez. Y finalmente, un tres de agosto de 2007, te tuve en mis brazos antes que todos te conozcan.

Sin darme cuenta del tiempo, hoy ya cumplís tres añitos. Con ellos aprendiste a caminar, a hablar y hasta hacerte fan de los Halcones Galácticos; conocí que tu color favorito es el rosa y que el Lobo Feroz tu peor enemigo; supe lo mucho que querés a las personas y que esos ojos azules son lo más hermoso que uno pueda mirar.

Orgulloso y con toda la baba del mundo, hoy puedo contártelo a vos, Disco Stu. Porque el destino quiso que en mi "juego de la vida" los dados apunten al casillero de ser papá. Y de ser un verdadero papanatas, por suerte, acorté la palabra a lo que soy hoy.

Corto y sencillo, sólo quiero que estas palabras queden guardadas por siempre. Y cuando aprendas a leer, sepas que un tres de agosto, pero del 2010, alguien le hizo conocer a la gente tus gustos, tus miedos y sobre todo, lo hermosa que sos. Porque para mí, sos lo mejor que escribí.

23.6.10

Contá conmigo

Uno, dos, tres, ¿quién te crees? ¿Crees que podés hacer lo que querés? No te equivoqués, me conocés y sabés lo que soy capaz de hacer. Basta de joder, ¿me entendés? Sí, a vos, Juan Manuel. ¿O me vas a decir que escribir te hace bien? Uno, dos, tres, dale, arriba, vamos para adelante y sacá ese pasado pensante. Aprendé a entender que sólo se vive una vez. Descargarse, a veces, hace bien. Seguí con tu forma de ser, no cambiés que algo mejor está al caer. Ey, pero no te apurés. Uno, dos, tres, se me hizo tarde otra vez. Caminante no hay camino, delirante no hay delirio. Ay, María Delirio, qué recuerdos y qué buenos vinos. Uno, dos, tres, crecé, Juan Manuel. Ok, lo haré, pero hasta aquí llegué con el uno, dos, tres que me da la suma de seis. The end, ahí se ven.

21.6.10

Al final, la vida sigue igual

Ahí está, firme, dispuesto a salir adelante. Su corazón no pasa por su mejor momento. Lo dejaron. Pero él, se la juega y va. Camina con la cabeza alta, aún sabiendo que por atrás lo persiguen recuerdos que no quiere olvidar. De pronto, se detiene. Y a lo lejos, la ve nuevamente. Piensa en el fondo de su interior cómo pasó todo. Intenta buscar, como a un juguete perdido, la forma de comprender lo que pasó. Se acerca y la saluda. Fría, ella hace lo mismo. Y en ese instante, sale de la boca de él todo lo que repensó una noche mientras hacía ñoquis, bien redonditos y de ricota. “Estás cambiando más que yo”, le dice. “Asusta un poco verte así. Pero cuanto más alto trepa el monito, así es la vida, el culo más se le ve”, le afirma, dejándole en claro todo lo que ella cambió en este tiempo. Sin embargo, no dice nada, sólo lo mira; él, en cambio, espera alguna réplica. Pero nunca llega. Decide, así, seguir por el camino del principio. Un camino que empezó a encontrar después de recibir un rotundo no en reiteradas oportunidades del amor que él pensó que sería para siempre. Al final, la vida sigue igual.


25.5.10

Pensar

Pensé que te conocía. Pensé que sabía todo de vos. Pensé mal. Y ahora que lo pienso, no puedo dejar de pensarlo. Y me contradigo. Porque podrán hacer pensar a McFly, pero no a mí. Ya no. Los pensamientos, dicen, a veces no se piensan. Se hacen. Y no los hago. Entonces, pienso, pienso, pienso y ahora lo sé. Sé que lo sé. Esto, seguramente, es para pensar, porque realmente me dejó pensando.

4.3.10

Volver a recordar, lentamente

Un pasado pensado equivale a la suma de todos los recuerdos. Y en esa curiosa matemática del tiempo, la imaginación puede llevarte a la ecuación perfecta de aquella vez que hiciste algo, y que cada vez que vuelve a tu mente, se multiplica al recordarla con amigos.
Te reís con ellos y de charla va, charla viene, salen historias de épocas que jamás volverán. Como la de los lentos.
Un viernes de febrero, sentados, o mejor dicho tirados en la pileta con el poderoso Garda (porrón de por medio y buena música por detrás) comenzaron los parloteos de esas salidas a los boliches en que terminaban con un final feliz, o con el garrón de regresar a casa con un terrible dolor de bolas, que sólo los hombres entienden cómo quitárselo.
Recordábamos, por ejemplo, cuando entrábamos a las 4 de la mañana a bailar, comprábamos unos tragos –muy de moda por ese entonces-, y aguardábamos ese momento tan glorioso: el del apretón.
Había dos formas de encarar: ir de una vez, sin vueltas, a una chica y estar con ella toda la noche hasta esperar el lento o hacías la jugada más arriesgada y comenzabas con tu caza directamente cuando de fondo comenzaba a sonar temas como "Whats Up" y se encendían las populares luces negras, acompañada por la maravillosa bola de cristal, amada por Disco Stu.
Las dos opciones eran buenas, pero siempre uno se quedaba con la segunda; más arriesgada. Porque a medida que pasaban los temas, menos posibilidades de estar con alguien había. Y lo máximo que te podía suceder en el peor de los casos era cuando dabas vueltas y vueltas una y mil veces –con la luz de neón decorándote tu remera con lunares blancos- y, al lograr el objetivo, bailabas una canción y ¡PUM! arrancaba nuevamente las entonces llamadas música dance. Garrón, mal.
Pero cuando funcionaba de movida, je, el momento ya venía estudiado. Arrancabas no tan pegados, mano de por medio, y para romper el hielo llegaban las tres preguntas de memoria: ¿Cómo te llamás? ¿Cuántos años tenés? ¿A qué colegio vas?
Una vez resuelto el dilema, y vos dando también tus respuestas a las mismas preguntas, la confianza de avanzar con los deditos era mayor. Y a medida que sonaban esos maravillosos lentos llegando al punto máximo de more tan word, la posibilidad de "chaparse" a la minita era increíble. Ojo, alguna vez le pifiabas y te quedabas ni siquiera con el número de teléfono (en ese entonces comenzaba sin el 4 adelante) y terminabas la noche sin pan ni torta.
Igualmente, honor y gratitud fue el brindis que hicimos con el Garda a esos días de gloria, donde los lentos eran el punto para terminar el boliche de la mejor manera.
Hoy, con el tiempo pisado y de a poquito, por suerte, uno puede volver a recordar, lentamente.

19.1.10

Soy nerd, ¡y qué!


No uso anteojos, menos camisa. No me peino al medio ni llevo lapiceras. Pero acá estoy, como un nerd, haciendo cosas que jamás solía hacer. Era simple. De barrio. De los que jugaban a la pelota con los vagos. Ahora, en cambio, paso 14 horas diarias sentado frente a una pantalla. Mis dedos están musculosos. Y no es que haga gimnasia. El teclado es mi ejercicio de todos los días, en una vida totalmente cambiada a mi infancia. Si ya hasta al fútbol lo juego en la máquina. Antes, apenas sabía lo que era un disquete. Es más, internet sólo era el dibujo de una E en mi PC. Se me fue lo deportivo y me ganó la vagancia. Aunque muchas veces son horas trabajadas. No me interesa ser Bill Gates ni crear algo en la red. Pero ya le tomé el gustito y lo confieso: sí, soy un nerd, ¡Y qué!